AztecWorld

lunes, octubre 20, 2008

Aquellos Maravillosos Años III: Indurina

Bueno, pues hoy cambio de localización para pasarme a Donosti entre los 1997 y 1998, que son los correspondientes a mi segundo año de carrera.

La Donosti que yo conocí en aquella época no tiene mucho que ver con la de ahora; el Boulevard todavía no era peatonal, el paseo nuevo tampoco, el paseo de la Concha no tenía carril Bici, Riberas de Loyola era un lodazal, Benta Berri poco menos, el Kursaal no existía (lo estaban empezando a construir) y tampoco existían muchos otros comercios y edificios que han ido apareciendo después, como si surgiesen de la nada. De hecho, mi universidad todavía no se llamaba Tecnun, como se llamó después, sino ESIISS y, ahora que lo pienso, la Avda. de Tolosa tampoco era como es ahora, ni el riachuelo que recoge todos los desechos del Diario Vasco bajaba dragado como baja ahora (olía a porquería las 24 horas del día). Por no hablar de las zonas de marcha, que han ido cambiando de vez en vez en el transcurso de los 12 años que hace que conozco la ciudad.

Aquel año me tocó vivir en un piso en la C/Bergara,que es una calle bastante céntrica de San Sebastián: sale del Buen Pastor y termina en Avda. de la Libertad. Hacia el final de la calle había una farmacia, que sigue estando, que es donde iba a pesarme todas las semanas las temporabas que me daba por ponerme a régimen. 14 kgs perdí aquel año entre las Navidades y el Verano, y lo rematé con otros 10 durante este último.

También fue el año que empecé a salir a correr por las tardes; tenía un compañero que hacía remo, y se pegaba todos los días una hora y media de deporte; estaba literalmente cuadrao. Unos días corría, otros hacía pesas, ... Y un buen día, un mes que me quedé sin dinero antes de tiempo y no tenía tabaco, le aposté tres cajetillas a que aguantaba 45 minutos corriendo. Y los aguanté. Y desde ese día no dejé de ir a correr en tres años, hasta casi terminada la carrera.

Con este mismo compañero hice los maratones de Expediente X algunos domingos por la noche, consistentes en apretarnos una pizza familiar cada uno y luego tragarse dos episodios consecutivos de la serie. También fuimos una noche, ya de madrugada, a la sede de su club de remo para ver un combate de boxeo en que se jugaban el título de los pesados; llegamos a casa a las 6 de la mañana.

Bueno, a lo que iba. El piso era una auténtica porquería; si te asomabas por encima del techo, había como una especie de rendija en la que se acumulaba la mierda desde tiempos ancestrales, y que era aprovechada por ejércitos de cucarachas para establecer su morada permanente. De vez en cuando salían a pasear por el pasillo, y esa era su perdición, puesto que la que tuviera la mala suerte de caer en nuestras manos moría incinerada.

En mi habitación, las noches que hacía viento, no había quien parase por culpa de los malditos ruidos que se generaban en el patio interior, que parecía que estuviese poblado por fantasmas, y la cama era tan mala que un buen día, hartuza de trabajar, se cogió la baja permanente y me hizo pegarme 2 meses durmiendo en el suelo.

Pero la aventura más entretenida de aquel año, y por la que escribo este artículo, es la de indurina. Huelga decir que aquellos eran los años en que Miguel Indurain todavía era Miguel Indurain.

Un buen día, a falta de un par de semanas para terminar el año, llega otro de mis compañeros, que también era deportista, y me propone ir a un centro comercial a comprarse unas pesas. Y fuimos. Después de pegarse un rato mirando el género disponible, y no decidiéndose por ninguna, decidimos ir a tomarnos una caña a la cervecería del centro comercial; con tan buena suerte de que si eran las 5 de la tarde cuando entramos, serían las 11 de la noche o más cuando salimos, con el cuerpo bien caliente ya.

A esas horas ya no pasaban autobuses, y nos tocó bajar a pata. Por supuesto, habíamos cogido provisión para el camino, aunque no recuerdo que llegase nada a casa. Y, en estas, en uno de los repostajes que hicimos, vimos una bicicleta estática que alguien había tirado al lado de un contenedor de la basura. Y, ni corto ni perezoso, mi compañero, viendo que parecía estar en buen estado (y, de hecho, lo parecía), se la echó al hombro y arrampló con ella hasta casa. 3 kms largos con la bicicleta al hombro.

El asunto tuvo su lado positivo: al día siguiente no tuvo que preocuparse mucho de la resaca, puesto que la espalda le dolía más que la cabeza. Y aún le dolió más cuando fue a montarse en la bici y vio que aquello no había forma de hacerlo dar pedales. Aun así, poniendo al mal tiempo buena cara, la bautizó como Indurina y fue nuestra compañera de fatigas durante las dos o tres semanas que quedaban.

En fin, batallitas que tiene uno.

Un Saludo.

Camino iluminado por Huichilobos >> 11:42 a. m. :: 0 Recuerdos...

Escribe o lee los comentarios existentes...

--------------- .o\\O//o. ---------------