AztecWorld

domingo, enero 06, 2008

La espada láser

Es increíble lo poco conformistas que somos cuando somos niños; pero no en el sentido de soñadores, no; en el sentido de tener mal conformar. Dicho de otro modo, que cuanto más tenemos, más queremos tener. Supongo que pasa siempre, pero cuando se es niño, como por norma se es también más descarado, pues como que se nota más.

La historia que voy a contar hoy sucedió hace exactamente un año en el bonito pueblo murciano de Caravaca de la Cruz. Bueno, para ser más exactos, un año y un día, puesto que fue el día 5 por la noche; después de la cabalgata y toda la parafernalia subyacente.

Como eran las fechas que eran, al mediodía habíamos estado comiendo en Mula; o quizá fuese en Pliego, la verdad es que ahora mismo no lo recuerdo bien. La cuestión es que después de comer, para no faltar a la tradición, tuvimos una larga sobremesa remojada en chupitillos de esos de orujo de hierbas que, además de ser digestivos, saben a gloria bendita; y tan larga fue la sobremesa que, cuando terminamos era ya casi la hora de cenar.

Debido a obligaciones varias, el grupillo que estábamos se disgregó en aquel instante y mi jesusezno y yo decidimos irnos a cenar a Caravaca, que total, tampoco estaba muy lejos. Además, a mi particularmente me gustaba bastante; posiblemente fuese el pueblo de Murcia que más me gustaba.

Y bueno, llegamos allí, cenamos en plan tapas y tal y, a eso de las once o así, emprendimos un rondó por los bares del pueblo; era la víspera de reyes, entiéndaseme: había que honrar a los monarcas. Además, con un poco de suerte y estirando la noche lo mismo nos dábamos de bruces con ellos; aunque, sinceramente, no nos hacíamos muchas ilusiones; por no decir que ni se nos pasaba por las mientes.

En estas que entramos en un bar que era más bien chocolatería o algo así, y había varias familias con niños y todo que, imagino, habrían estado en la cabalgata o lo que quiera que celebren en Caravaca y estaban apurando los últimos retazos de su noche de reyes antes de irse a colocar los juguetes en el sofá de casa para el día siguiente.

Nos acodamos en la barra y nos pedimos un copazo --como ya he dicho, se trataba de honrar a los monarcas en camino -- con tan buena suerte que, a escasa distancia de nosotros había dos niñas, una de diez años y otra de tres o cuatro, echando una pelea con dos espadas de plástico del modelo ese made in Taiwan que van vendiendo por ahí las chinas esas de las florecitas, a euro la flor y 20 euros el pack, chinita incluída.

Y claro, yo que acaba de ver por aquel entonces la tercera entrega de la Guerra de las Galaxias, se me antojó que la espada de la más pequeña bien podía pasar por una espada láser. Hijos míos, fue lanzar una oferta de diez euros y me la tiraron encima. Lógico, por otra parte: con ese dinero ellas podían comprarse otra y todavía les llegaba para chicles o lo que fuera.

Pero lo gordo del asunto fue que después de eso, si estuvimos una hora u hora y media en aquel bar, no nos vimos solos en ningún momento ya: todos los niños presentes querían vendernos algo. Una marabunta de niños; y lo mejor de todo es que cuando, cansado ya de aguantarlos, a mi jesusezno le dio por comprarles unos huevos Kinder de esos con sorpresita interior y tal, todavía había algunos que venían después a vendernos ... ¡¡ La sorpresita que les había tocado dentro del huevo Kinder !!.

Desde luego, los niños no tienen vergüenza alguna.

Bueno, al final, todo concluyó cuando todos los zagales se marcharon a sus respectivos hogares y las dos niñas a las que había comprado la espada vinieron a darme las gracias y, ya de paso, un beso como premio a todo el rato que nos había tocado aguantarlos.

Aunque, eso sí, tener que aguantar a unos cuantos niños no es una cruz, sino, más bien, un placer. Pero sólo por un rato.

Un Saludo.

Camino iluminado por Huichilobos >> 12:30 p. m. :: 0 Recuerdos...

Escribe o lee los comentarios existentes...

--------------- .o\\O//o. ---------------

viernes, enero 04, 2008

Donosti

El otro día, el día de Nochevieja, me di cuenta de que uno no deja de querer a las cosas así como así; y supongo que tampoco a las personas. En este caso, estoy hablando de la ciudad de San Sebastián; o Donosti, como la conocen sus habitantes; o ñoñosti, como la conocen los de fuera.

La verdad es que había llegado a pensar que el cariño que otrora sintiera por ella había desaparecido; por una parte, están los recuerdos de la aciaga campaña 2003-2005, tan cargada de despropósitos y descalabros (que, afortunadamente, mi disco duro se niega a conservar); por otra, está el innegable hecho de que uno desentona un poco con el ambiente ideológico general y tiene que guardar un cierto silencio, aunque no sea más que por el bien de su epidermis. Y, por último, la certeza de que no será allí donde termine viviendo.

Pero una cosa no quita la otra, y lo cierto es que lo que siempre estará ahí será aquel telesférico hecho a base de piezas del Lego estrellándose al final del recorrido tras haber conseguido su objetivo, aquel baño a las cinco de la mañana en pleno mes de Febrero en la playa de Ondarreta con Rafa, el gallego que otro día me tocase la "Marcha Turca" en el piano de la uni, el club de literatura Namasté, donde ganase el concurso de poesía; Indurina, la bicicleta estática que se cruzó la ciudad a hombros de un compañero de piso (en lugar de ser al revés).

El museo del Whiskey donde terminé de celebrar la defensa del proyecto, las carreras por todo el paseo de la Concha o los partidos de fútbol en la arena de la playa, aquel día que nos quedamos sin dormir para terminar un trabajo para el día siguiente con toda la disografía de Sabina tocando sin parar, el Perfect Dark, el bocata que mi Jesusezno y yo nos fuimos sin pagar de la bodega Eibartarra un día del patrón o los viejecillos escuchando el fútbol un domingo cualquiera en un rincón perdido del monte Ulía, el mismo rincón donde se refugian las gaviotas que no quieren dejarse ver por la ciudad.

En fin, tantos y tantos recuerdos que afloraron de repente el otro día, cuando, después de ni sé ya cuanto tiempo, volví a dejarme caer por las calles de lo viejo una noche de fiesta.

Y lo cierto es que lo viejo siempre había estado ahí, al igual que siempre había estado Reyes; era yo, no ellos, el que me había marchado en busca de nuevos retos para caer en la artificialidad (moderna, eso sí), de los disco-antros de Illumbe (por poner un ejemplo). Y fue al volver a pasear por aquellas calles, infestadas, ahora más que nunca, de pancartas pro-etarras, cuando me di cuenta de que no sólo habían estado ahí, sino que seguirían estando siempre.

Igual que siempre seguirá estando Sanse, una ciudad que, pese a ser Vinuesa mi casa y Soria mi capital, siempre ocupará un lugar especial en mi corazón, por mucho que me empeñe en negarlo.

Y ella.

Un Saludo.

Camino iluminado por Huichilobos >> 9:01 a. m. :: 0 Recuerdos...

Escribe o lee los comentarios existentes...

--------------- .o\\O//o. ---------------