AztecWorld

jueves, julio 10, 2008

Una Curiosidad Histórica

Parece que los antiguos griegos no estaban tan equivocados en eso de que la historia es cíclica; quizás, en un sentido material, sí que lo estuvieran y la historia se haya terminado demostrando lineal, pero lo cierto es que hay cosas que se repiten con el paso de los años. Supongo que debe de ser porque son inherentes al ser humano.

Es el caso, por ejemplo, de Tarpeya. Al igual que el monte Taigetes era el monte desde el que los espartanos despeñaban a los que nacían tarados para desprenderse de ellos, la roca Tarpeya era la roca, en el monte capitolino, desde la que los romanos despeñaban a los reos que habían sido condenados a muerte.

A mí, particularmente, me gustaba más el método de los corsarios de la Tortuga de ponerlo al borde de una tabla y darle a elegir entre el frío acero o el gélido mar. Sobre todo porque, al menos, le daban una oportunidad de vivir; remota, pero oportunidad a fin de cuentas. De todos modos, tampoco estoy seguro de que fuese realmente así y no una licencia literaria de los que después trataron el género y, además, como dice Javier Krahe en "La Hoguera", cada maestrillo tiene su librillo.

La cuestión es que la roca Tarpeya debía su nombre a una mujer sabina de los tiempos de cuando Rómulo ya era Rómulo, pero Roma todavía no era Roma, y es que, por lo visto, siendo sabina de nacimiento y posteriormente romana de adopción (escenas de matrimonio), en una trifulca entre los romanos y los sabinos le dió por traicionar a aquellos, entre los que residía, abriendo el acceso a los sabinos a la ciudad de Roma, que estaba siendo infructuosamente sitiada por ellos.

Lo curioso es que, a cambio, les pidió que le dieran, cada uno de ello, lo que llevasen en el brazo izquierdo. Claro, codiciosa ella, lo que tenía en mente eran los brazaletes de oro que estaban de moda entre la soldadesca de la época. Con lo que no contaba es con que lo que le darían iban a ser los escudos defensivos que, cómo no, portaban en el brazo izquierdo. Y en tal número que, al final, sucumbió ante su peso, dejándose la vida en el envite.

Al final, de aquella batalla nació la unión entre romanos y sabinos para mayor gloria de Roma, quedando Rómulo como único rey, pero la curiosidad está en la propia historia de Tarpeya; ayer, cuando la leí, me vinieron a la mente otras historias similares, como puedan ser la de Viriato, la de Bellido Dolfos, la de Malinche o la de tantos y tantos otros, para terminar llegando a la conclusión de que la historia, al menos en algunos aspectos, se repite, y lo hace hasta el punto de que, incluso el final de los protagonistas, es muy parecido en todos los casos.

Un Saludo.

Camino iluminado por Huichilobos >> 7:17 a. m. :: 5 Recuerdos...

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miércoles, julio 09, 2008

Este no sé ni cómo titularlo

¡Qué pardillos!¡Qué engañados!
¡Qué ignorantes del destino
cuando así, tan de sobrados,
nos cambiamos de camino!
Y, ¡Qué agonía después!
cuando aquello que creemos
que estaba atado tan bien,
desmoronarse lo vemos.

Nada queda, todo cambia,
dice Heráclito el efesio,
y razón no le faltaba:
creer otra cosa es de necios.

Tampoco vale quejarse
melancólicos, contritos,
y es que cuenta habrá que darse
de que quizá estaba escrito:
de que, acaso, nuestro cálculo
en algún punto fallara,
y lo que creímos báculo
sólo en aire se apoyara,
que el tiempo todo lo gasta,
que quizá nos engañábamos
o que era inferior la pasta
de que hechos estar pensábamos.

Con lo cual, macho, ¡se siente!,
déjate de ser tan memo
y aférrate al presente,
lo único que tenemos,
que ya lo dice el refrán
que a medida que se crece,
cuando no te gusta el pan,
cómetelo en varias veces.

Un Saludo

Camino iluminado por Huichilobos >> 12:00 p. m. :: 2 Recuerdos...

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domingo, julio 06, 2008

zéjel de las murallitas de Ávila

Piénsese lo que se piense
vino del cielo abulense
la que en continuo suspense
mi vida dio en transformar,

Las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar.

Por su belleza la dama
la atención de todos llama
y mi corazón inflama
con sólo verla pasar

Las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar

Yemas de Santa Teresa
de intenso sabor a fresa
son, ausentes a mi mesa,
labios que no he de besar,

Las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar,

E insoportable agonía
cuando quiere el alma mía
sus tristezas y alegrías
contra ellas estrellar,

las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar.

Como, quizá, me haga viejo
mirándola desde lejos
me he comprado un catalejo
para poderla acercar,

Las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar.

Y ahora, a ver quién me cura,
de este mal que es la hermosura
de su estilosa figura
siempre querer contemplar.

Las murallitas de Ávila
yo no las puedo saltar.

Un Saludo

Camino iluminado por Huichilobos >> 4:22 p. m. :: 0 Recuerdos...

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