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miércoles, febrero 12, 2014

Aquellos maravillosos años V: Mi amigo Gregorio

Lo cierto es que por la época en que dejé de publicar en este blog la historia que voy a contar era presente y siguió siéndolo un tiempo más, pero hoy es pasado y bien pasado, y por eso procedo a contarla.


Una de las conclusiones que pueden extraerse (y me permito el lujo de empezar concluyendo) es que la vida, en ocasiones, es irónica de cojones. Y es que tiene guasa que a uno que no sólo no tiene un clavel, sino que tiene un saldo deudor considerable en su cuenta corriente, le abra las puertas de un taxi el conserje de un hotel de 5 estrellas en el centro de Madrid. Claro, que también tiene guasa que te invite a almorzar un australiano en ese mismo hotel y el almuerzo sean Doritos y cacahuetes; no sabe uno muy bien si pensar que en Australia tienen un extraño concepto de lo que es almorzar, o que en los hoteles de 5 estrellas estirarse sale caro.

El australiano en cuestión se llamaba Gregorio, y trabajaba para un fondo de inversión australiano que buscaba colocar una cantidad ingente de € en proyectos de energías renovables en diversos países europeos, con lo que el bueno de Gregorio estaba unos días en Madrid, otros en Roma, otros en Londres, etc, etc. La verdad es que si su perfil corresponde a lo que en la actualidad se entiende por éxito profesional, no le arriendo la ganancia por grande que esta sea; y es que no creo que tuviese a nadie esperándolo en Sidney para decirle “bonitos ojos tienes”.

Pero el personaje de la historia, con todo y ser un tío muy majo que se ganaba el sueldo soportando todo el día a sanguijuelas como yo y aún peores (las sanguijuelas afloran allá donde abunda la pasta), no es el quiz de la cuestión. La cuestión es que de aquella experiencia saqué una visión bastante clara de cómo funciona el cotarro.

La empresa para la que trabajaba Gregorio se dedicaba, básicamente, a recabar pasta de miles de ahorradores australianos ofertándoles productos financieros tales como planes de pensiones, seguros y otros. La golosina para captarlos era, lógicamente, una rentabilidad anual X, y la forma de hacer frente a los compromisos adquiridos con dichos ahorradores era invirtiendo todo ese dinero de forma que se obtuviera una rentabilidad Y mayor. Y los proyectos de energías renovables encajaban perfectamente en ese esquema.

Dicho de otro modo: la empresa buscaba, como todas las empresas, ganar dinero; y lo que conseguía en el desempeño de su actividad era que una serie de recursos que estaban inmovilizados en un lugar (Australia) viajasen a otro lugar (España) para ser utilizados en la creación de infraestructuras y, por ende, de puestos de trabajo.

Me falta por añadir que la empresa de Gregorio era, y será todavía, una SICAV; y que mi cometido en todo este asunto era buscar empresas españolas que tuviesen proyectos en fases avanzadas y presentárselas a cambio de una comisión en caso de éxito. Hace como cuatro años que tuve noticias de su existencia por última vez: andaban interesados en la compra de proyectos en Francia, y la verdad es que ya no me hice mucho caso; se había convertido en un tren que no me interesaba coger. Al menos, no en ese momento.


Camino iluminado por Huichilobos >> 7:06 p. m. :: 0 Recuerdos...

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