AztecWorld

viernes, enero 04, 2008

Donosti

El otro día, el día de Nochevieja, me di cuenta de que uno no deja de querer a las cosas así como así; y supongo que tampoco a las personas. En este caso, estoy hablando de la ciudad de San Sebastián; o Donosti, como la conocen sus habitantes; o ñoñosti, como la conocen los de fuera.

La verdad es que había llegado a pensar que el cariño que otrora sintiera por ella había desaparecido; por una parte, están los recuerdos de la aciaga campaña 2003-2005, tan cargada de despropósitos y descalabros (que, afortunadamente, mi disco duro se niega a conservar); por otra, está el innegable hecho de que uno desentona un poco con el ambiente ideológico general y tiene que guardar un cierto silencio, aunque no sea más que por el bien de su epidermis. Y, por último, la certeza de que no será allí donde termine viviendo.

Pero una cosa no quita la otra, y lo cierto es que lo que siempre estará ahí será aquel telesférico hecho a base de piezas del Lego estrellándose al final del recorrido tras haber conseguido su objetivo, aquel baño a las cinco de la mañana en pleno mes de Febrero en la playa de Ondarreta con Rafa, el gallego que otro día me tocase la "Marcha Turca" en el piano de la uni, el club de literatura Namasté, donde ganase el concurso de poesía; Indurina, la bicicleta estática que se cruzó la ciudad a hombros de un compañero de piso (en lugar de ser al revés).

El museo del Whiskey donde terminé de celebrar la defensa del proyecto, las carreras por todo el paseo de la Concha o los partidos de fútbol en la arena de la playa, aquel día que nos quedamos sin dormir para terminar un trabajo para el día siguiente con toda la disografía de Sabina tocando sin parar, el Perfect Dark, el bocata que mi Jesusezno y yo nos fuimos sin pagar de la bodega Eibartarra un día del patrón o los viejecillos escuchando el fútbol un domingo cualquiera en un rincón perdido del monte Ulía, el mismo rincón donde se refugian las gaviotas que no quieren dejarse ver por la ciudad.

En fin, tantos y tantos recuerdos que afloraron de repente el otro día, cuando, después de ni sé ya cuanto tiempo, volví a dejarme caer por las calles de lo viejo una noche de fiesta.

Y lo cierto es que lo viejo siempre había estado ahí, al igual que siempre había estado Reyes; era yo, no ellos, el que me había marchado en busca de nuevos retos para caer en la artificialidad (moderna, eso sí), de los disco-antros de Illumbe (por poner un ejemplo). Y fue al volver a pasear por aquellas calles, infestadas, ahora más que nunca, de pancartas pro-etarras, cuando me di cuenta de que no sólo habían estado ahí, sino que seguirían estando siempre.

Igual que siempre seguirá estando Sanse, una ciudad que, pese a ser Vinuesa mi casa y Soria mi capital, siempre ocupará un lugar especial en mi corazón, por mucho que me empeñe en negarlo.

Y ella.

Un Saludo.

Camino iluminado por Huichilobos >> 9:01 a. m. :: 0 Recuerdos...

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